Del Enlosado de la fortaleza Antonia
al monte de la Calavera,
un intrincado laberinto de callejuelas
estrechas, empedradas y empinadas,
dibujan la Vía dolorosa.
El Maestro, en idas y venidas
la recorre agonizante,
atado, azotado, golpeado,
su rostro desfigurado
sin ninguna belleza ni esplendor...
Nueve horas de gran angustia
yendo de Herodes a Pilato,
parece ya no tener fuerzas,
ha sido una noche de torturas sin fin,
interrogatorios, caminatas y golpes.
El sudor mezclado con la sangre
empapa su túnica, que se pega a sus llagas.
Los ojos hinchados, ya no irradian
la dulzura de su mirada.
El Maestro se siente como quien está
a punto de ahogarse en profundas aguas.
Nadie siente compasión, nadie evoca sus prodigios
y como cordero manso se encamina al matadero
escarnecido por sus angustiadores.
El verdadero Rey es coronado de espinas,
con su cuerpo desnudo es clavado en el madero,
como símbolo de la vil humillación.
Mientras, aquel pueblo ingrato
por el que su vida entregaba,
celebra la víspera de la Pascua
en medio de un ambiente festivo.
Juzgaron y condenaron al que
vino a salvarles,
a Aquel que su vida entregó para perdonarles.
Y a más de dos mil años
la historia se repite y los insensatos
lo acusan, lo condenan y vuelven a crucificarlo,
aun sabiendo que Él es el Rey...
Señor de señores, y que fuera de Él,
no hay ni esperanza ni salvación.